Una sorpresa a l’autobús
Jo vaig llegir
aquest llibre quan era joveneta, en ocasió que el meu pare, que era comercial, se’l
comprés tot considerant que li seria útil per a la seva feina. A mi també em va
servir, per ajudar a treure’m de sobre la meva gran timidesa. Passat el temps,
si faig memòria resulta que només recordo tres
ensenyances de Carnegie: Si vols mel, no dones puntades de peu al rusc;
repeteix sovint el nom de la persona amb qui parles, és el que més li agrada,
el seu nom; dona sempre les gràcies pel que fan per a tu.
L’exemple que
posava per il·lustrar aquesta darrera premissa també el recordo. Una grangera
tenia cura del marit i els fills, els quals, en seure a taula cada dia al
tornar del camp hi trobaven apetitoses viandes. Així un dia i un altre, fins
que la dona els va servir el pinso que donava als porcs. Les exclamacions van
ser escandaloses, plenes d’indignació. I la dona va dir, “com que mai m’heu dit
que el menjar que us donava era bo, he pensat que tant us feia.”
Vaig baixar de l’autobús
i el bon senyor continuava submergit en la lectura. Qui sóc jo per opinar sobre
ell? Per altra banda, potser no feia altra cosa que rememorar el seu temps de joventut,
quan es cerquen amics i, tal vegada, es desitja ser líder.
Una sorpresa en el autobús
Subí al autobús y me senté frente a un señor mayor que estaba
leyendo, Como ganar amigos e influir
sobre las personas. Un best seller
del norteamericano Dale Carnegie publicado en 1936 y que aquí hizo furor a
mediados del siglo XX. El libro que tenía entre las manos se notaba desgastado,
seguro que era una edición antigua, y lo que me sorprendió, quizá
inadecuadamente, fue que a su edad quisiera aprender cómo hacer amigos y
al mismo tiempo, cómo influir en la gente. Esto es cosa de jóvenes, ¿no? Si
todavía no había hecho amigos, o no había hecho los suficientes, si necesitaba
influir a su alrededor, mala cosa, ¿no?
Yo leí este libro cuando era jovencita, en ocasión de que mi padre, que era
comercial, se lo comprara considerando que le sería útil para su trabajo. A mí también
me sirvió, para ayudar a quitarme de encima mi gran timidez. Transcurrido el
tiempo, si hago memoria sucede que solo recuerdo tres enseñanzas de Carnegie:
Si quieres miel, no des patadas en la colmena; repite a menudo el nombre de la
persona con quien hablas, eso es lo que más le gusta, su nombre; da siempre las
gracias por lo que hacen por ti.
El ejemplo que ponía para ilustrar esta última premisa también lo recuerdo.
Una granjera cuidaba del marido y los hijos, los cuales, al sentarse a la
mesa cada día al volver del campo encontraban apetitosas viandas. Así un
día y otro, hasta que la mujer les sirvió el pienso que daba a los cerdos. Las
exclamaciones fueron escandalosas, llenas de indignación. Y la mujer dijo,
“como nunca me habéis dicho que la comida que os ponía era buena, he pensado
que os daba igual.”
Bajé del autobús y el buen señor continuaba sumergido en la lectura. ¿Quién
soy yo para opinar sobre él? Por otra parte, quizá no hacía otra cosa que
rememorar su tiempo de juventud, cuando se buscan amigos y, tal vez, se desea
ser líder.